ALAN SASTRE
EL AUGURIO

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Estas obras son el resultado de un instante augural. Poco más de media docena de pinturas en estado de gracia, una serie breve y contundente, un rapto, un encuadre pictórico tan sibarita como salvaje. Una serie, a lo que todo apunta, será memorable en la trayectoria de Alan Sastre. El augurio del pintor que en su oráculo es traspasado tanto por su propia biografía como la de la pintura, y que, como sabemos, es un constante devaneo de apariciones y desapariciones, de memorias y desmemorias, de dislocaciones y de juegos de dinamismo: manchas, barridos, líneas y puntos que se transfiguran en esa imagen de deseo. La ausencia de lo que durante un instante se aparece y nos augura la alegría del ver. La nueva serie de obras de Alan Sastre (Barcelona, 1977) viene de la idea de lo presente y de lo ausente, del deseo alegre de ver y de la contemplación de aquello que en el pintor afluye en el momento de crear. Y lo que asoma en el caso de Alan Sastre es mucho, pintor inquieto, lector voraz. Cosas todas ellas importantes aquí, pues como dice Hockney: “Vemos con la memoria, de manera que, si conozco bien a alguien, lo veo de un modo distinto del que lo haría si acabase de conocerlo”.  Y ese alguien es aquí la pintura misma, con la que Alan Sastre lleva toda una vida de relación. Imágenes que, en este caso y haciendo una sorprendente insinuación figurativa, provienen de un imaginario propio que bebe de autores como Rubens, Corot o Watteau y que ha ido sedimentando en sus últimas y asiduas visitas a Madrid y al Museo del Prado.

Texto: Constantino Molina