Hace ya varios años que la artista argentina Valeria Maculan saltó de la bidimensionalidad de la pintura para adentrarse en el espacio de forma activa y propositiva. Esa decisión le abrió un nuevo campo de juego que la llevó a experimentar con nuevos materiales - telas, cintas, papel, madera, alambre - con los que comenzó a crear objetos ornamentales como coronas, cetros, tirsos y máscaras. De forma natural aparece así el cuerpo y sus posibilidades: su estructura, motricidad, y su capacidad de representación. En Boneless (2017), por ejemplo, nos enfrentamos a una serie de telas superpuestas que cuelgan de forma vertical, suspendidas de sus esquinas superiores, asemejando cuerpos inertes sin estructura que flotan en el espacio a la altura del espectador. Más adelante, recobrando el peso y la gravedad, vinieron los Esqueletos (2019) y Escudos (2021), capaces de ser activados de forma manual para darles movimiento. La capacidad de ser otro (de personificar) y, a la vez, de articularnos como cuerpo colectivo, son aspectos que recorren esta serie de obras, junto al marcado interés de la artista por el teatro, la tragedia griega, los autómatas y la literatura de ciencia ficción. Las Gorgonas (2022), sin embargo, aparecieron por primera vez al jugar con figuras recortadas de papel, pintadas y pegadas. Encerradas, empujando por salirse de los márgenes que le impone el propio material, estos cuerpos articulados parecen flotar dentro del espacio pictórico.
La representación de estos personajes, ya sea de forma tridimensional o desde la misma pintura, da cuenta de la formación visual de Maculan y su diálogo con las corrientes estéticas de su país natal. Podríamos imaginar un trazado que comienza con el estudio de los Arlequines, óleos de gran formato que Emilio Pettoruti realizó en las décadas 1920 y 1930. Esos cuerpos disfrazados de músicos y juglares, facetados por planos de color sobre fondos oscuros o imaginarios, supieron mostrar su resiliencia contra aquellos volúmenes académicos torneados a partir del claroscuro. Una década más tarde, Juan Batlle Planas - pintor catalán radicado en Argentina - recuperaría este lenguaje pictórico y lo llevaría hacia las tendencias surrealistas que circulaban por aquellos años en diálogo con el psicoanálisis. Sus témperas y dibujos reflejan cuerpos extrañados, geométricos y enmascarados, que serán también protagonistas en las obras de su discípulo Roberto Aizenberg. Por último, las obras del artista Líbero Badíi nos acercan cuerpos-máquinas de dos o tres cabezas, desmembrados y ensamblados de forma lúdica y expresiva. Si bien su figuración linda más con lo siniestro y desestabilizador, sus esculturas se aproximan a esos cuerpos más-que-humanos que, articulados por medio de tornillos y engranajes, se despliegan de forma contundente.
Las preguntas por el cuerpo y su inserción en el espacio resuenan en la búsqueda de Maculan, que allá por 2008 se autodefinía como “una enredadera”, ocupando pisos y paredes con raíces de plástico y plantas que crecían orgánicamente durante el periodo de exposición. Esa materia expansiva y húmeda se rearticula hoy en Las pendientes, gorgonas azuladas que se despojan de todo exceso y artilugio. De hecho, al levantar un poco la mirada, penden del techo gráciles y expectantes. Colgando de forma irregular, nos interpelan de forma directa en un aparente caos que, bajo todo pronóstico, se muestra bajo control. La tensión entre su aparente quietud y movimiento nos invita a recorrerlas sin caminos preestablecidos, a ocupar su espacio y danzar con ellas en ese errático ir y venir que proponen sus figuras. Quizás el siguiente paso sea imaginar qué subjetividad y agencia tienen estas cuerpas al cobrar vida propia, y qué formas tendrán estas colaboraciones inesperadas en el entorno que decidan ocupar.
Por Renata Cervetto