"Dejar que pese" es un hueco que nos acerca a una temporalidad íntima, relegada y sostenida entre diferentes cuerpos que muestran sus fisuras y, a través de ellas, alcanzan a ser vistos. "Ver borroso" y "El cielo" dejó de ser azul junto a "Dejar que pese", pieza que da nombre a la exposición, indagan sobre el peso y la tensión que alberga el cuerpo sostenido. Entelar no sólo significa cubrir, sino nublar un ojo para dejar de ver con nitidez.
El trasvase del tiempo íntimo a la obra se revela como un deshacer. El cuerpo descansa, da cabida al peso, retiene, aparece la fisura, el desbordamiento, la posibilidad. La obra, a veces deshecha, reposa; en el reposo toma una nueva forma, la capacidad de ser se amplía. “Soy inesperadamente fragmentaria. Soy poco a poco. Mi historia es vivir”, escribió Clarice Lispector. Cada pieza se muestra como es: un cuerpo sensible en continua recomposición. Un cuerpo que se deja atravesar. El lienzo se desenvuelve como posibilidad; Adela nos encamina a través de huecos, fracturas y pliegues a la tensión que retiene un cuerpo en reposo.
En su rotundidad todo parece liviano. “Desentelar un cuadro es pasar página”, dice Adela. Leo sus notas para aproximarme al diálogo que las obras sostienen. Converso con su proceso de trabajo. “Deshacerse es un permanecer prolongado que dista del deterioro”, pienso al leerla. “Para pintar es necesario seguir pintando”, escribe. El peso converge en dos puntos de fuga: el rastro y el soporte; el rastro es una cualidad del tiempo por donde el cuerpo dispuesto avanza. “Para pintar es necesario seguir pintando”, recuerdo. El cuerpo es, a su vez, soporte. El cuerpo es rastro y soporte y el peso converge en él. Esto se hace visible en el espacio que recorremos. Pienso en un camino de tierra. Atravesar es una incisión repetida. Pienso en el texto. También es ver a través.
El peso se diluye y contrae, el trazo se expande y concentra... Mientras un cambio de estado sucede, el alrededor parece desaparecer a la vez que una masa enorme toma posición. "Dejar que pese" es reflejo de ello. Una pequeña asa roja sostiene un cúmulo de días, trazos que aparecen frente a nosotras contenidos entre cuatro pequeñas esquinas, indicios que, como el doblez de una página, nos hacen reparar en lo leído. Nos muestran la posibilidad de vuelta, un reclamo. De nuevo, la obra nos ofrece sus fisuras. Vemos cómo la incisión posibilita la apertura: desde ahí todo aparece innombrable. A veces las palabras tiemblan.
Texto: Emejota Villanueva